LOS ORÍGENES DE LA FIESTA: San Mateo. Alfonso VIII. La vaquilla.

Hablar de los orígenes de esta peculiar fiesta es, sin duda, hablar de los orígenes de la ciudad –tal y como hay la entendemos- pues precisamente, lo que en ella se conmemora es su conquista por el rey Alfonso VIII. Este monarca, aparte de reconquistar lo que hasta entonces no pasó nunca de un asentamiento militar, puso las bases para la creación de una ciudad: la dotó de un espacio preciso, la repobló con gentes venidas de tierras ya reconquistadas y creó unas infraestructuras urbanas precisas conforme a un planeamiento previamente establecido. Además de residencia de la corte por un tiempo, Cuenca se convirtió en cabeza de un nuevo Obispado que venía a reunificar los tres existentes en tiempos visigodos: Valeria, Ercábica y Segóbriga.

La entrada de las tropas cristianas en el bastión almohade tuvo lugar un miércoles 21 de septiembre –festividad del apóstol evangelista san Mateo- de 1177, tras un agotador asedio que había comenzado el 6 de enero –día de los santos Reyes- del mismo año. Son estas dos fechas tan características las que, según la tradición, dan origen a los símbolos que constituyen las armas del blasón de la ciudad, llamada, precisamente, del cáliz y la estrella:

En campo de gules por la sangre derramada, cáliz de oro en honor del Apóstol evangelista, surmontado de estrella de plata en recuerdo de aquella que guió a los santos Reyes.

Y no ha de andar muy desencaminada la tradición. Las antiguas iconografías representaban a san Mateo –antes de la incorporación de los seres alados de la visión de Jeremías- con un vaso sagrado como símbolo.

No se sabe con certeza por qué lugar entraron las tropas cristianas en la ciudad hasta entonces ocupada por los almohades dependientes del califato Omeya. Según la tradición legendaria y secular, tuvo lugar por la hoy conocida como “Puerta de san Juan”, gracias s la inestimable ayuda de un pastor: Martín Alaja; o mejor aún, gracias a la de los propios almohades que, escasos de recursos, no tuvieron mejor centinela que apostar que un moro corto de vista. Curiosa y hermosa leyenda.

Lo cierto y verdad es que Alfonso VIII tomó la ciudad que ya en tiempos de Alfonso VI –como dote de su esposa la princesa Zaida- había pertenecido provisional y brevemente a la corona cristina. Entró en ella –al parecer por el “Arco de los Bezudos”, en el castillo- acompañado de los dos grandes símbolos, no solo de estas fiestas, sino de la ciudad entera: la imagen de la Virgen del Sagrario y el estandarte real: el popular Pendón de Alfonso VIII.

Según la tradición, el monarca entró debelador llevando consigo, sobre el arzón de su cabalgadura, la pequeña imagen sedente de Nuestra Señora del Sagrario, procedente, al parecer, de la vecina Toledo. Se cuenta que lo primero que hizo el rey fue colocar la imagen que le había acompañado durante el cerco, en la mezquita sobre cuyos muros levantaría, poco después, la actual iglesia catedral, tras erigir la ciudad como cabeza de un nuevo obispado creado a instancias del propio rey y en virtud de bula del Papa Lucio III.

La imagen sería depositada en la que, con el tiempo, sería “capilla Honda”, hoy unida a la girola de la catedral, pero entonces separada de su fábrica y con acceso independiente por una calle ya desaparecida que durante años se conoció como “cuesta de los Tarros”.

La imagen se trasladó al Sagrario al edificarse éste, en el siglo XVII, sobre el solar hasta entonces ocupado por la capilla de san Honorato, escenario secular –y hasta hace pocos años- de la entrega del Pendón. La talla fue objeto de los aderezos propios del barroco –casi 20.000 maravedíes se emplearon en la desafortunada tarea- con objeto de transformarla en imagen “de vestir” con el resultado que hoy podemos lamentar.

El Pendón de Alfonso VIII, durante siglos guardado en esta capilla, constituye el símbolo que, junto con la suelta de vaquillas, define el carácter de nuestra más peculiar fiesta.

El Pendón es la bandera con que el monarca ganó la ciudad. Durante siglos permaneció enfundado, si bien, con ocasión del VIII centenario de la conquista –en 1977- fue desenrollado, encontrándose quienes se emplearon en ello, con un tafetán en tan lamentable estado que hubo de ser exhibido ese mismo año dentro de un marco y protegido por un cristal. El que hoy desfila –enfundado como de costumbre- no es sino una réplica de aquél que fue objeto de una casi imposible restauración. No obstante, tampoco parecía ser el original, pues del análisis de tejidos, se dedujo que era una insignia muy posterior a la fecha de la conquista. De ser así, nada sabemos de la bandera que entró en 1177.

Sea como fuere, el pendón, guardado durante todo el año por el Cabildo catedral, sale a la calle con motivo de las fiestas mateas para ser custodiado, durante una noche, por el Concejo de la ciudad.

La entrega constituye todo un rito secular. Tiene lugar en la sacristía del templo mayor, tras el tradicional diálogo entre el canónigo Obrero, asistido del Lectoral, y el representante de la ciudad:

-¿Prometéis rendir pleito homenaje y devolver esta bandera concluida que sea la fiesta?
-Sí, prometo.
-Os entrego la bandera con que se ganó la ciudad y la devolveréis mañana.
-Así será, pues con este objeto la recibo.

A continuación, el Pendón, ya en manos de la ciudad es llevado por el concejal más joven de la corporación –antiguamente lo era por el de más edad, y antes aún por el Guarda Mayor o su Teniente – ante el altar mayor donde se oficia un solemne “Tedeum”. Seguidamente es trasladado al altar de san Mateo, donde prosigue el ceremonial, entre mucetas de canónigos y tabardos de maceros.

El retablo de san Mateo y san Lorenzo se encuentra en la actualidad en la nave de la Piedad, en uno de los huecos que se abren en el trascoro de la catedral. Es obra afortunada de dos artistas del renacimiento conquense: Esteban Jamete, a quien se debe la obra de entallado, y Martín Gómez “El Viejo”, autor de la magnífica tabla que representa al Evangelista en compañía de san Lorenzo.

Tras la breve estancia en este altar, el Pendón es transportado, por último, a las casas consistoriales, donde se custodia hasta el día siguiente en que vuelve a la Catedral donde, tras la santa Misa, se guardará hasta el año siguiente.

Por lo que se refiere a los actos profanos organizados con motivo de la festividad, se reducen y giran casi exclusivamente en la actualidad a la suelta de vaquillas enmaromadas. Sabemos cómo, antiguamente, se encendían hogueras en las calles y los vecinos ponían luminarias en balcones y ventanas. Incluso estaba permitido que el día del Santo se sacasen “máscaras e disfraces honestos de pie e a caballo”. Todo ello junto con el popular “juegue de cañas”, que con el tiempo derivaría en la popular cucaña que casi todos recordamos.

En cuanto a las vaquillas –como nos dice JESÚS MOYA- su origen se remonta a cientos de años atrás. “correr la vaquilla” es una costumbre casi milenaria en nuestra ciudad. “Se prohíbe que nadie eche a los toros garrocha de más de tres dedos de clavo” ordena el Ayuntamiento en 1502. Suponemos –prosigue este investigador- que el festejo de la vaquilla venía celebrándose en la ciudad de Cuenca desde la conquista de ella por el rey Alfonso VIII, sin interrupción hasta 1551, fecha en que el Ayuntamiento da carácter oficial al festejo:

“El muy Ilustre Señor don García Busto y Villegas, Corregidor de las Ciudades de Cuenca, Huete y sus tierras por su Majestad. Hago saber a todos los vecinos y moradores de esta ciudad como el Ilustrísimo señor Obispo de Cuenca y los muy Ilustres Sres. Cabildo de la Santa Iglesia y Regimiento han instituido y ordenado de hacer y celebrar la fiesta del glorioso y bienaventurado apóstol y evangelista san Mateo, en cuyo feliz día fue nuestro Señor servido, que estando esta Ciudad poseída de moros fuese ganada y restituida por el cristianismo Rey don Alonso el noveno, (…) se ha ordenado por la ciudad que en cada un año haya fiesta de toros la víspera de este glorioso santo y el día haya regocijos y mascaras a cabo lo cual se deja de hacer esto por las graves causas que lo impiden. En la Ciudad de Cuenca a diez y nueve días del mes de septiembre de mil e quinientos ochenta y un años, por voz de Juan Martínez pregonero de dicha ciudad.”

La vaquilla –según datos de MOYA PINEDO- se corría no solo en san Mateo, sino también en los días de san Abdón y san Senén, san Bernabé, el Corpus Christi, san Juan y Santiago… Se corrían con tal profusión que los Reyes Católicos tuvieron que limitar a cocho el número de toros que se podían correr en todo el año. En la edad media se corrían vaquillas en el Coso del Huécar, y hay muchos documentos que lo atestiguan. A partir del siglo XVI se especifican las festividades y lugares donde han de celebrarse. Por san Juan, san Julián y san Mateo, en la Plaza Mayor; y san Abdón y san Senén, en el Campo de san Francisco.

La corrida de vaquillas enmaromadas es –para FERNANDO SÁIZ- el aspecto profano de la fiesta y, desde hace tiempo, su soporte auténtico. Fiesta de san Mateo y “Vaquilla” son términos sinónimos, aunque desde un punto de vista estricto no lo sean. Durante varias tardes de la semana –cuatro se han fijado recientemente- en que se encuentra el día del Evangelista, un número oscilante de reses bravas –antes lo eran de labranza- con una maroma atada al testuz, corretea y embiste por la Plaza Mayor y los aledaños, con las consecuencias que se derivan de las características absolutamente originales del recinto y de la multitud de personas que sale a torearlas. Esta es, en términos muy sucintos, la esencia del festejo, como nos cuenta FERNANDO SÁIZ, para quien la técnica se basa no esencialmente en la carrera, sino en la finta a cuerpo limpio, usando la inteligencia y la cintura.

En los últimos años ha habido importantes incorporaciones al festejo mateo: el pregón y las peñas, principalmente.

El pregón se ha convertido, desde su creación el 1984 por el poeta JOSÉ LUIS LUCAS ALEDÓN, en al acto más multitudinario de estas fiestas. Se lanza desde el balcón consistorial y se dirige a una Plaza Mayor abarrotada de público que, en los últimos años, se agrupa en medio centenar –entre oficiales y no inscritas- de peñas.

Las Peñas son, sin duda la última y más importante aportación a las fiestas de san Mateo. Nacieron en 1979. “Korynto”, “Marín, “Marisol”, Vaticano”, “Botes” figuraban en el censo de aquellos primeros años. Tras unos años, sobrevino una decadencia que las llevó –salvo en el caso de esta última que aún pervive- a disolverse. No obstante, cuando parecían abocadas a su extinción, surgieron –sobre todo en la década de los noventa- nuevas y jóvenes peñas que han dado a las fiestas un perfil nunca visto ni jamás soñado. Miles y miles de conquenses de todas las edades y de toda condición se agavillan en torno a decenas de peñas, cuya relación se haría extensísima, aportando calor y color a estas fiestas que, desde las raíces de la tradición, no elude la continua evolución.

 

                                                                                            Pedro Romero, EL MANDIL