En blanco y cerrado
El Mangana, nuestra sede

EL MANGANA, emblema de los bares de la Plaza, y sede de la Peña El Mandil

Esta semblanza sobre el Mangana, en su 60 aniversario, ha sido posible gracias a las conversaciones mantenidas y la documentación aportada por Fermín Asensio “Jamú”, su dueño durante décadas, y el matrimonio formado por Pablo Recuenco Garrote y Rosa Martínez Gimeno, actuales propietarios del negocio.

En un lugar privilegiado de la Plaza Mayor de Cuenca, se encuentra el que constituye uno de los emblemas de la hostelería, no ya del casco antiguo sino de toda la ciudad: el bar-restaurante Mangana.

Durante más de medio siglo ha sido –en afortunada expresión de José Vicente Ávila- la sala de estar de los vecinos de El Vaticano y de todos los conquenses que subían a él, especialmente en fechas tan señaladas como Semana Santa o la Vaquilla.

Ha sido foro de encuentros fugaces, escenario de tertulias interminables, e, incluso, de reuniones de los máximos órganos de gobierno municipales. Esperas en bodas y entierros, descanso en las procesiones… y, como no, receso entre vaquilla y vaquilla. De todo esto y de mucho más han sido testigos mudos las paredes -antes cubiertas de espejos, hoy de taxidermia- de este singular inmueble del número tres de La Plaza Mayor.

La historia del bar se encuentra íntimamente ligada a uno de los personajes más entrañables y de más sorprendente e inopinado aspecto de nuestra ciudad: Fermín, conocido cariñosamente como “Jamú”.

FERMÍN ASENSIO “Jamú”. Los orígenes del bar.

Fermín Asensio Escobar, nació en Buenache de Alarcón en 1934, un 26 de marzo –día de san Braulio, como a él le gusta rememorar. Se le impuso este nombre porque ya era el de su abuelo. Es el tercero de cuatro hermanos. Uno de ellos, Julio, murió hace cincuenta años.

Nos cuenta “Jamú” que su familia llegó a Cuenca el día primero de enero de 1947, para instalarse en la finca que ocupa el bar Mangana. Su padre la había adquirido, por mediación de su cuñado Eusebio Escobar Moreno, a Eulogio Sánchez Escribano “Serranito”. Éste, oriundo de otro Buenache –el de la Sierra-, era, además, el mayor propietario de inmuebles en la Plaza Mayor. La compraventa se perfeccionó en el año cincuenta y uno o cincuenta y dos, y el precio final ascendió a 175.000 pesetas de las de entonces: ninguna broma.

Antes de ser bar, y con “Serranito” al frente, el Mangana fue comercio de piensos y cordelería.  Pocos vecinos –Honorio entre ellos- lo recuerdan.

“Jamú”, con doce años, ya ayudaba a su familia en el mostrador, sirviendo “mochuelos” y copas. El mochuelo era un respetable vaso de vino de más de un tercio de litro de capacidad. Más tarde vendrían las cañas de cerveza, con la llegada de los primeros barriles y grifos de ésta.

De aquellos tiempos, recuerda Fermín a sus más entrañables clientes: los ordenanzas del Ayuntamiento Agustín y Pedro González –padre de Julián y de Javi el “Alcalde de Boniches”-; Pepe Carralero ‘Rubianes’, el Fochi, Antonio Villaseñor, los hermanos Luis y Pepe Martínez, Pedro Malo… Nos cuenta Fermín que más de una noche, dejándole la cena su madre junto al mostrador, no llegaba a probarla, porque sus clientes –y a pesar de ello amigos- se la “apretaban” como aperitivo.

En ocasiones, las distintas comisiones del Ayuntamiento se desarrollaban en el bar, entre mochuelo y mochuelo. Los acuerdos se alcanzaban por unanimidad, con gran satisfacción de todos los concejales, entre los que destacaba, por su carisma sociable y emprendedor, Gregorio de la Llana “Esputos”.

Grandes figuras de la clientela fueron también  El Capitán Bodega, Tinajillas, Felipe el Marajá –recordado por “lo bueno que era”- Abarquillas, Mohorte, Salvador Alarcón “El Buitre”, Manuel Casáñez, Juanjijo, Vicente Biribi… No pocas veces –éste último- toreaba dentro y fuera del bar con un capote y la carretilla que, haciendo de toro, aportaba un conocido porteador de la fábrica de maderas, que no pocas veces caía al suelo redondo y sin puntilla.

También –en la terraza de verano, sobre todo- se organizaban interminables tertulias de más hondo calado: Fernando Zóbel, Gustavo Torner, Antonio Saura…

Más recientes son muchos de los que ya nos han dejado: Cipriano “Bienpeinao”, Ángel Cruz, Pascual padre, Quejido, José Antonio Molina, Chule el Gordo, Pedro Fuentes, Juan Antonio Cortinas, Raimundo Carrasco, Paco el Tortas, Jesús el Ruso, Pedro Pocique, Rosa la estanquera, Martín el Fontanero…

En san Mateo, el Mangana brillaba en todo su esplendor. Hubo tardes en que llegaron a tirarse más de veinte barriles de cerveza. Eso sin contar la zurra “bien fresca” que por entonces se servía en todos los bares por estas fechas.

La vaca –eso hasta hace muy pocos años- entraba y salía del bar ‘como pedro por su casa’, con el consiguiente sobresalto de los no avisados y el regocijo de los ya acostumbrados. La ‘tangana’ que se organizaba con el animal dentro resultaba todo un jolgorio que siempre será recordado.

Fermín, de mozo, se escapaba del bar para ir a esperar a la vacas al camino de san Jerónimo. De entonces datan las celebérrimas “Pajarita” y “Capricho”, vacas de Buenache y Zarzuela, famosas por ‘la leña que hacían’ en cuanto salían de las cuadras. El dueño de “Capricho” era Leonardo, el padre de Justo y de Goyo “Medialuna”. A éstas siguieron otras vacas de celebrado tronío: “La Burraca” de la Fernanda –madre de los anteriores- o las más recientes “Niebla” y “Marisol” de Miguel García.

En el Mangana, se confeccionaban en los días previos a san Mateo, los cartelones tan populares en que, en tono de chufla, se ponía “en solfa” a todo el vecindario. Su principal artífice era Agustín Fernández “Copita”. Nunca faltaban en ellos “El Zángano de la Colmena”, Manuel Algarra “Bustamante”, Adolfo Bravo “Lorito de Aranjuez”, Juan Luis Blanco “Pinocho”, Mariano de Marco “El Rico de Mariana”, Manuel Cantero “Abarquillas”, Pepito Algarra, Luis Castillo “Cacharritos”, Antonio Calvo “Garlopa”, “Miduroimimanta”, “Platapura” o “Chorralhombro”. Por aquel entonces figuraban como maromeros grandes ‘leyendas’ de este oficio: “El Guiña”, “Teresillo”, Julián Miranzos “Trajines”, los hermanos Justo y Goyo, Julián de la Rosa, Luis “El Pipiao”…

Ya en la década de los ochenta, entroncando con aquellos cartelones, se confeccionó durante más de una década la recordada “Gaceta Vaticana”, que contaba, además, con gran despliegue gráfico a base de desternillantes montajes fotográficos. El Pedagogo, Los Garrotes, Lucas Aledón, Pedro el Largo… eran sus redactores; y Javi Vega y Pablo de Juan sus fotógrafos, junto a Lorenzo Díaz Encinas que era el que captaba con su cámara todo lo que guardara relación con la vaca.

En torno a los años noventa, Fermín colgó, junto con su sempiterna chaquetilla roja, la bandeja, la rodilla y los trastos de servir. De los últimos años de esa etapa, todos los clientes recuerdan a las cocineras Rosa –su actual esposa- y Emilia –la santera de san Nicolás-, así como a los camareros Vicente –que ahora regenta el bar Dados- y Manolo –que pasó a dirigir con éxito Los Arcos hasta hace bien poco.

Tras breve paréntesis, que aprovechó la Herminio García para convertirlo –a cambio de 50.000 Pta de alquiler- en sede de su Peña Korynto en los Sanmateos de 1992 , cogieron las riendas los grandes profesionales que todavía hoy lo regentan. Nos referimos, claro está, al matrimonio Pablo Recuenco Garrote y Rosa Martínez Gimeno.

 

La Gaceta Vaticana

 

LA GACETA VATICANA. Unos pocos de mis muchos recuerdos.
Pedro Romero Sequí

Reproducimos una semblanza sobre “La Gaceta Vaticana” publicada en el especial de san Mateo de LA TRIBUNA DE CUENCA de 2006, ya que tanto los artífices de aquella jocosa publicación como sus protagonistas se integraron, poco después de su desaparición, en la actual Peña El Mandil.

Un receso en la Gaceta Vaticana: El concejal de festejos Fernando Herraez (2º Izq.), los añorados José Antonio Molina (4º), y Chule Álvarez (5º) con Julio “Almendrita” y “El Pedagogo”. Año 1985

GACETA VATICANA* surgió en 1983. La primera, se confeccionó en solo una noche –las siguientes llevarían meses de trabajo- y con muy limitados medios. Su soporte era un sencillo papel continuo de escasa anchura. En él, simulando un cartel que rezumaba el más enjundioso estilo de la tauromaquia antigua, se anunciaban las “figuras” que al día siguiente debutarían en el “Coso Vaticano”.

Mediante ingeniosos -y muy laboriosos entonces- fotomontajes, se recreaba un elenco de matadores con sus correspondientes cuadrillas, picadores, banderilleros, sobresalientes, alguacilillos, areneros… sin olvidar a la presidencia, sus asesores o el equipo médico habitual. Enfundados en sus trajes de luces, recreando los más diversos lances, aparecían los variopintos personajes del “todocuenca” de entonces: el alcalde, José Ignacio Navarrete, montera en mano brindando a la rendida afición; un añorado canónigo –obrero, por más señas- recibiendo a porta gayola a un tremendo morlaco; el omnipresente Lucas Aledón, de picador, descabalgado por una espectacular cogida de la que salía ileso; o el mismísimo dueño del bar Mangana, Fermín Asensio “Jamú” poniendo bocabajo los tendidos con su derroche de torería. Cito a unos pocos; imposible enumerarlos a todos.

La primera vez que se colgó en El Mangana, se organizó un jolgorio descomunal. Se corrió la voz como reguero de pólvora. La barahúnda de curiosos se agolpaba a las puertas del establecimiento que hubo de colgar el cartel de “no hay billetes”. Las carcajadas ocasionaron estragos. Todos se desternillaban, cuando no se caían de las banquetas. Los que salían para dar paso a los siguientes, lo hacían revolcándose por los suelos. No pocos, invitándose a sí mismos, aprovechaban el desconcierto para marcharse sin pagar. La hilaridad por contagio revestía visos de calamidad pública. No faltó la curia episcopal que se deshacía de risa, viendo a su compañero de sotana vistiendo la taleguilla y los alamares. Todos se retorcían y a no pocos se les saltaban las lágrimas. El clamor del éxito inaudito obligó ese año a confeccionar otras dos Gacetas más con parecido o mejor resultado aún.

Así un año tras otro hasta completar una década. La Gaceta fue cada vez más celebrada. Mejoró su elaboración hasta devenir derroche de diseño y composición. Pronto se incorporaría a la Redacción el propio Lucas Aledón, que con su “chispa” y memorables descargas de inspiración asombraba a todos. Al equipo se sumarían Rafael Sáiz y Pablo Garrote, Pedro Eduardo Pérez, Fernando Herráez, Luis Benítez, Antonio Almudí… y  los  desaparecidos  Rafita  Araque –fascinante y hondo-, Evaristo Pérez, o Jaime Velasco. Todos aportaban su agudeza, que no era poca, y su ingenio, que era más. Los textos alcanzaron brillantez de antología –del disparate, claro.

En la sección fotográfica colaboraban Díaz Encinas, Pablo de Juan y Javier Vega. El primer día de vaquilla se colgaba un cartelón y en los siguientes se completaba con sucesivos suplementos hasta empapelar El Mangana. El público disfrutaba viendo el resultado. Nosotros, en la confección, mucho más y no pocas veces los estertores resultados de la risa nos entorpecían el trabajo. Tardes hubo en que nos dolió la tripa de tanta carcajada; y lo peor: don Amador Jiménez no disponía en su botiquín del antídoto a la dolencia sobrevenida.

Por La Gaceta pasaron –la lista sería interminable- todos los personajes de la Vaquilla, de la Plaza, del Ayuntamiento, del Obispado… del Vaticano. Fueron centenares. Nunca faltaban –algunos ya nos dejaron- Cortina, Casáñez, De la Llana, Julián Trajines, José Antonio Molina, Pascual, Chule Álvarez, Jesús   el Ruso, Ángel Cruz, Juliete Perdido, Jacinto Patola, Fernando Meamostos, Antonio Requena, José Luis Nielfa, Parrilla, Rafa el Chory…, sin olvidar a maromeros, camareros, músicos, encargados de cuadra, pregoneros, municipales… y políticos y concejales. Personajes todos entrañables a quienes se trataba con cariño y respeto, no exento de ironía cuando era menester.

La chufla ácida solo se ejercía con los últimos, que –hay que confesarlo- recibían sus buenos estacazos y cornalones, encajados, eso sí, con profesional disimulo. No se descarta la reaparición de La Gaceta: la jindama se adueña del escalafón de concejales de uno y otro bando ante su sola y remota posibilidad. Las embestidas preludian cogidas seguras… mortales de necesidad, algunas. Antonio Requena -Dr. Infierno-, bien abastecido de plasma y tinto con sifón, amenaza ya con su instrumental y quirófano de campaña… No adelantemos acontecimientos.

Durante una década, Gaceta Vaticana alegró las mañanas de san Mateo. Todavía se la echa de menos. El secreto de su éxito fue sencillo: ingenio, chispa y buen humor. Los ingredientes que, unidos al respeto y la cordialidad, nunca han de faltar en nuestra gran fiesta. Ni fuera de ella.

13 / VII / 2006

*Conviene  aclarar  a los no avisados que “El Vaticano” es  el nombre con que los   más castizos se refieren a la Plaza Mayor y sus aledaños.

 

 

Federico Muelas y la Vaquilla

 

FEDERICO Y LA VAQUILLA.

Fragmento del artículo “Gentes de Cuenca: vaquillas y procesiones”

Federico Muelas Pérez de Santa Coloma.

  

En tierra de fisonomía tan singular, sus gentes, por fuerza, deben tener curiosas psicologías. No es, pues, de extrañar que el conquense de tierras altas juegue con la altura como el levantino con la pólvora, y allí donde la conquista del espacio ya no es necesaria, los conquenses dominados por un extraño vértigo, prosiguen su labor robando sitio a los pájaros hasta colgar a varias docenas de metros sus inexplicables viviendas con la gracia sencilla del puro juego. Para hacer posible este alarde, el alarife conquense ideó una fórmula de construcción a base de yeso y madera de entramado ligerísimo, verdadero fuselaje de unas construcciones casi volantes. La piedra queda abajo, en los cimientos, agarradero poderoso al que está sujeto el edificio como el halcón en el puño de su dueño.

Federico Muelas ante la Vaquilla, por el año 1960

A este mismo orden de aventura obedecen sus fiestas y entretenimientos. Desde la reconquista de la ciudad, acaecida en el día de san Mateo –21 de septiembre- de 1177, los conquenses juegan a multiplicar las dificultades del tránsito por su enrevesada perspectiva urbana, complicando las estrecheces con la presencia insólita de unas vaquillas serranas de descarada  cuerna, limitadas por fortuna en sus movimientos con el rigor de una maroma ceñida a la testuz y que varios cuidadores o maromeros estiran o aflojan según las incidencias de la fiesta. No se trata de alardes taurinos, pues la especial contextura moral de estas gentes fue siempre enemiga de los quiebros de cadera. El juego es de otra naturaleza; escondite más impresionante que peligrosos, no suele terminar cuando el perseguido o sorprendido cree haber encontrado refugio en cualquier portal, ya que las reses, conquenses también y como tales acostumbradas a estos recovecos, suelen avanzar y aún descender las escaleras… Yo he llegado a suponer que la traza de las escaleras conquenses, con inútiles barandados y singulares trayectorias, rellanos excesivos y sesgos imaginados, tienen como única razón ofrecer defensa al apuro del perseguido en el día jubilar.

(Trascrito del suplemento extraordinario núm. 2 de la revista ‘Cuenca’, dedicado a  Federico Muelas  con motivo del aniversario de su  muerte. Excma. Diputación Provincial, noviembre de 1975)

 

La Vaquilla de San Mateo

LA VAQUILLA DE SAN MATEO. En qué consiste. Para foráneos y visitantes.

Durante siglos, la fiesta, con la correspondiente e imprescindible suelta de vaquillas enmaromadas, se circunscribía a dos días: el de san Mateo y su víspera.

A partir de 1977, año en que, en conmemoración del octavo centenario de la Conquista, se desarrolló durante una semana completa, cualquier excusa fue buena para ampliarla en uno o dos días más.

Así, en la década de los ochenta, se fue imponiendo la celebración de los cuatro días, aprovechando la cercanía de los fines de semana. De manera aleatoria, unas veces se ampliaba con jornadas que precedían al santo. Otras, se ampliaba hacia días subsiguientes.

Además, en 1983, por iniciativa del poeta conquense José Luis Lucas Aledón, se incorporó a los eventos festivos el Pregón. Con brillante resultado, se convirtió en nueva excusa para tener un día más de fiesta.

Tras años de continuo baile de fechas, desde la Agrupación de Peñas Mateas, siendo su Presidente Antonio de Conca, se determinó fijar un calendario definitivo que todavía se sigue respetando.

En la actualidad, la fiesta ha quedado desenvolviéndose, más o menos, de la siguiente manera.

Se desarrolla durante cuatro días: el de san Mateo -21 de setiembre- y los tres que le preceden.

Da comienzo el día 18, con el desfile de Peñas desde la parte baja hasta la Plaza Mayor. A su llegada, a eso de las cinco de la tarde, desde la balconada de las Casas consistoriales, se lanza el Pregón. Cada año se encarga a un conquense conocedor de las fiestas, que suele ser presentado por el pregonero del año anterior.

La Plaza se encuentra atestada de público y de peñas, que jalean al orador, interrumpiéndolo continuamente –forma parte de la liturgia- con “ecos”, cánticos –San Mateo, eo, eo, eo…- y griterío de todas clases. El acto se aprovecha para homenajear, mediante entrega de placas conmemorativas, a las personas que se han distinguido en anteriores ediciones de las fiestas.

Nada más acabar el acto, tras los vibrantes e imprescindibles vivas a Cuenca y al santo que se celebra, bajo los arcos del Ayuntamiento, la Banda de Música ataca una selección de pasodobles, en la que casi nunca falta algún estreno dedicado a un conquense que se ha hecho acreedor del mismo. Esta actuación se repetirá todos los días, como acto previo a la suelta de las vaquillas enmaromadas.

Al término de la actuación musical, Julio –el encargado de ello- enciende y dispara el cohete. Un tremendo chupinazo que anuncia la suelta de la primera vaquilla. Tras ésta, vendrá otra y otra, con un oportuno descanso también anunciado con más cohetes, hasta que el anochecer hace recomendable la salida de la última.  Finalmente, se suelta un torillo de fuego por la Plaza Mayor.

A continuación, las peñas descienden en bullicioso desfile a sus sedes de la parte baja de la ciudad. Tras la cena, a eso de las once de la noche, da comienzo la verbena en la Plaza de Ronda, donde, al igual que en Obispo Valero y San Miguel, se han instalado oportunamente casetas –algunas de ellas enormes- de venta ambulante de bebidas y toda clase de raciones donde reponer fuerzas.

A propósito de reponer fuerzas; en la mañana del tercer día se convoca un gran concurso de gachas –también la idea partió de Lucas Aledón- en el que participa un considerable número de expertos en tan suculenta materia. Las “gachas”, elaboradas a partir de harina de almortas, son un sencillísimo guiso de origen humilde, muy popular entre los conquenses. Antiguamente –y forzados de la necesidad- constituían el principal sustento de sus hogares. Hoy, recordando emociones de viejos tiempos, las degustan como manjar exquisito. Además, constituyen un ritual de convivencia: todos colaboran en su elaboración y todos las comen mojando de la misma sartén, sustituyendo los cubiertos por buenos “cachos” de pan.

Y así, más o menos, se desenvuelven los cuatro días que dura la fiesta.

Conviene aclarar que entre tanto, todas las peñas, desparramadas por el Casco Antiguo, se divierten y reciben a visitantes y amigos –también a desconocidos- con acogedora hospitalidad. Todo el ‘Vaticano’ es un jolgorio –charanga va, charanga viene- de convivencia y buen humor cautivadores. Por otra parte, la suelta de vaquillas deviene derroche de sobresaltos, bromas y sustos, que hace las delicias de cuantos se agolpan en  la Plaza Mayor y las calles adyacentes, desde la del Clavel –donde se ubican las cuadras- hasta Zapaterías –donde concluye su carrera para volver a su punto de origen.

Las vaquillas, corretean a su antojo, con la sola sujeción de una larga cuerda –la maroma- de la que tiran avezados expertos en tan singular oficio: los maromeros.

Ser maromero en Cuenca es ser todo un personaje. Su figura es respetada y querida por todos los corredores y espectadores. Sin ella, los accidentes serían continuos y muy graves algunos. A su momento, le dedicaremos un especial y amplio apartado a tan singular figura, apenas conocida fuera de esta ciudad.
 
El día 20, víspera del santo, tiene lugar un curioso ceremonial. La comitiva integrada por el Ayuntamiento pleno, bajo mazas y seguido de conquenses, peñas y banda de música, sale de las Casas consistoriales para dirigirse a la Catedral. Allí sale a recibir a la comitiva el Deán y Cabildo catedral para, a continuación, entregar al concejal más joven de la Corporación el Pendón de Alfonso VIII, mediante un protocolo que tiene lugar según rito secular. Tras el rezo de vísperas del santo, y ya con el pendón en manos de la ciudad, la comitiva se dirige nuevamente al Ayuntamiento para depositar allí la bandera real hasta el día siguiente en que, de mañana, será devuelto a los capitulares catedrales, concluyendo la devolución con solemne Misa en honor del Apóstol Evangelista.

Las fiestas concluyen ese mismo día 21, al anochecer, con el disparo de una traca y el petardo final, seguido del canto emocionado del san Mateo, eo, eo… por los conquenses que se concentran en la Plaza Mayor.

Después… a esperar impacientes un año más.

 

La Virgen del Sagrario

 

 La Virgen del Sagrario

 La que hoy recibe este nombre, era en sus orígenes la conocida como “Virgen de las Batallas.” Una pequeña talla románica sedente y de escasa alzada que, con el Niño en su regazo, era portada por el rey Alfonso VIII en sus campañas. Según la tradición, ésta fue la imagen que, sobre el arzón de su caballo, portó el rey castellano el día de su entrada victoriosa en la ciudad de Cuenca: un miércoles, 21 de septiembre de 1177.

En el siglo XVII, fue partida en dos y vestida y modificada al gusto de la época, ganando en altura según hoy la vemos. Se instaló en la Capilla del Sagrario en 1655, fábrica que había sido fundada por el Cabildo Catedral en 1629, y de la que recibe desde entonces el nombre con que es venerada todavía.

El autor del sobrio y elegante proyecto de esta capilla, fue el santanderino y genial fray Alberto de la Madre de Dios (1575-1635). Es de planta de cruz latina con cúpula y linterna sobre su pequeño crucero. Fue revestida y enriquecida toda ella con espléndidos mármoles por los genoveses Juan Bautista y Jacome Semeria  y dispone de tres retablos de traza clásica: el central del presbiterio, donde se aloja el sagrario y la Virgen que toma su nombre; el del brazo derecho del crucero, dedicado a san Julián y el del izquierdo, dedicado al nacimiento de nuestra Señora.

Las pinturas de estos retablos son lienzos del conquense Andrés de Vargas (siglo XVII), quien también es autor de los frescos de su cúpula y bóvedas. La reja que cierra el conjunto se debe a Juan Díaz de los Herreros.

Durante años, el conocido como pendón de Alfonso VIII se custodió en la pequeña sacristía de esta capilla, donde se alojaba también una conocidísima talla del Ecce-Homo atribuida a Joseph Torres.

La Virgen del Sagrario es la patrona de la santa Iglesia catedral, así como de su deán y cabildo. Su fiesta se celebra el 27 de septiembre, fecha en que es portada a hombros y en procesión por el interior de la iglesia mayor.